Mi abuelo Antonios, llegó a Venezuela en 1913, atraído por la noticia del descubrimiento del petróleo y llegó con mi abuela Hanna y cuatro hijos nacidos en Sebael en el norte del Líbano. Entraron por barco al puerto de La Guaira y al poco tiempo se residenciaron en una casa en la Pastora de Ceiba a Porvenir, en esa casa nacieron cinco hijos más y vivieron en ella hasta el año 1935 cuando decidieron regresar al Líbano. En Venezuela sólo quedó la mayor, Hasna, quien se había casado con un libanes, llamado Karam Saad y con quien tuvo ocho hijos, mi tía Hasna, la mayor a pesar de haber nacido en el Líbano hablaba un castellano, muy fluido con expresiones muy caraqueñas, además del Libanés de manera perfecta, sus hijos casi todos profesionales, han llenado de glorias esta tierra y tengo entre mis primos un Premio Nacional de Arquitectura que se llama Henry Saad Lahoud.
La familia se había marchado, luego de actuar como comerciantes vendiendo por cuotas, como casi todos los libaneses que emigraron en los inicios del siglo XX y algunos que todavía deambulan por las calles de Venezuela. Volvieron a Sebael a la vida del campo y al poco rato, los abuelos decidieron que preferían vivir en América y probar las ventajas de como decía Antonios, Venezuela es como el Líbano, linda, pero tiene dos cosas mejores, no hay peleas por religión y tampoco el gobierno devalúa la moneda. Por supuesto, mi abuelo se refería a la cruel tiranía que los turcos ejercían sobre el Líbano, donde el dominio reprimía a los maronitas, como él y además le aplicaba devaluaciones de tanto en tanto, lo que impedía ahorrar y hacer un capital. En el ínterin nació el menor de mis tios en el Líbano, con lo que la familia totalizaba diez hijos.
Así en 1938 deciden volver, Hanna vino por delante, con una de las hijas que nació en Venezuela, hoy afortunadamente viva, que se llama Josefina, y se decidió que ella fuese donde sus primos en la República Dominicana. Pero al año siguiente se desató la Segunda Guerra Mundial y Antonios junto al resto de los ocho hijos quedó en el Líbano esperando el final de la guerra. Mi abuela vivió y trabajó en Santo Domingo, pero la dictadura de Trujillo era peligrosa, y decidió ir a Venezuela y radicarse ahí hasta que la familia pudiera volver a reunirse. Mientras Antonios se fue complicando de problemas estomacales que tenía hasta que irremediablemente falleció en 1941 en el Líbano. Así los hijos quedaron al cuido de los mayores y bajo la supervisión de abuelas y tíos hasta que en 1948 regresaron a Venezuela. Para los cinco que habían nacido en Venezuela fue una sorpresa enterarse que además de Libaneses eran venezolanos cuando fueron al consulado a solicitar sus papeles para ir a su tierra. De más está decir que no hablaban y que tampoco hablaron bien el español, con sólo cuatro excepciones, mi tia Hasna, la mayor, mi tío Sarkis, el mayor de los varones, mi tía Josefina menor que mi papá, la misma tía que regresó con mi abuela a América y Said, el menor, quien aprendió el Castellano mucho más joven que sus hermanos mayores. Lo curioso es que de ellos la única nacida en América que hablaba un buen castellano era Josefina.
Mi abuela afortunadamente vivió bastante y yo tuve la dicha de oír muchas bendiciones en el idioma de los cedros, los olivos, de la boca de mi amada abuela Hanna.