Por una suma de causas y hacia los más variados destinos, Líbano lanzó hijos al mundo, con especial énfasis en el inicio de la dispersión allá por el año 1875. Tierra de sus antepasados fenicios, -los primeros navegantes y comerciantes- con su capital Beirut, sus cálidas playas del Mediterráneo, sus montañas nevadas y sus ciudades de historia milenaria, con un territorio diecisiete veces más pequeño que Uruguay, Líbano supo aportar al proceso de formación cultural y social de muchos pueblos del mundo, con sus costumbres, idioma, cocina, vestimenta, arte, música. Algunos de los motivos de la masiva salida de libaneses hacia estas tierras eran de índole económica –frente a la pobreza del Medio Oriente de la época, venían a nuestro Continente en busca de trabajo y prosperidad– , política –los libaneses estaban bajo el Imperio Turco Otomano y buscaban salir de esa opresión– y religiosa –gran parte de los libaneses eran católicos maronitas y se encontraban en un medio musulmán, que en la época del Imperio eran intransigentes con los cristianos–. En Uruguay superaron la barrera del idioma, la separación familiar y la angustiante incertidumbre de si un día verían nuevamente su tierra. Se instalaron mayoritariamente en la hoy calle Juan Lindolfo Cuestas, y sus ventas de baratijas rápidamente crecieron tornándose prósperos comercios, y rápidamente se diseminaron por todo el territorio uruguayo. Actualmente la colectividad de libaneses y descendientes en Uruguay alcanza unas 90 mil personas, un 3% de la población del país, convirtiéndola junto a españoles e italianas en una de las tres más numerosas en tierra uruguaya. Le han dado al país miles de figuras destacadas desde profesionales, empresarios, políticos, docentes, historiadores, legisladores y jerarcas de gobierno incluyendo un Vicepresidente de la República como Alberto Abdala de 1967 a 1972 y en la actualidad el Dr. Jorge Chediak reciente Presidente de la Suprema Corte de Justicia, el Intendente Omar Laffluf, entre muchos otros. La colectividad actualmente tiene Asociaciones formalmente constituidas en casi todas las capitales departamentales, y en Montevideo prestigiosas instituciones como Club Libanes, Sociedad Libanesa de Montevideo, Asociación Femenina, Club de Jóvenes, Hijos de Darbeshtar, Misión Maronita, Cámara de Comercio Líbano-uruguaya, todos en informal y cordial relación con la Embajada de Líbano en Montevideo ubicada en la calle Rivera. Algunos de sus miembros integran entidades internacionales como la Unión Libanesa Cultural Mundial, asociada al Departamento de Información de la ONU. Decenas de calles, Escuelas, Plazas y Monumentos en todo el Uruguay llevan el nombre del país de los cedros. La colectividad tiene varios programas y espacios en los medios de prensa en capital e interior, y en el enorme espectro de más de cuatro mil años de vida cultural, se enorgullece de uno de sus mayores íconos, patrimonio de la Humanidad, el pensador Kahlil Gibrán. LA CAMPAÑA URUGUAYA Al consolidarse paulatinamente la masiva llegada de libaneses al Uruguay, la dispersión por el territorio oriental se registró en forma rápida y masiva, llegando a cada rincón de la campaña uruguaya en los últimos años del Siglo XVIII y los primeros del XIX. Con la necesidad de trabajar honradamente, los vendedores ambulantes libaneses a pie, a caballo o en carruajes, surcaban los campos del interior más profundo. Y un detalle no menor es que buscaban la campaña por provenir del campo libanés, muchos de ellos provenientes de precarias y podres aldeas, identificándose así con el nuevo suelo adoptivo. La mayoría había nacido, crecido, vivido en constante relación con la tierra, al aire libre, disfrutando de la riqueza del suelo, el cielo límpido y el contacto estrecho con la naturaleza en su conjunto. Y en aquellos años el ferrocarril se extendía en el interior uruguayo y les servía de guía. Atravesaban a pie los campos, recorrían cientos de leguas en polvorientos caminos, dormían donde los sorprendía la noche, especialmente en galpones de estancia o en una estación de ferrocarril. Casi al mismo tiempo, los de mejor posición se afincaban directamente en ciudades y pueblos estableciendo comercios, pero los heroicos ambulantes hicieron de la campaña uruguaya su pan de cada día. Como lo documenta el Dr. Antonio Dib Seluja Sesín en su libro “Los Libaneses en el Uruguay”, los vendedores portaban su “kaché” –vocablo deformado del portugués caixao (cajón) –de ventas al hombro, sobre el lomo de un caballo o encima de un carruaje, según el tamaño del elemento y las posibilidades del ambulante. Y así llegaban a hogares y establecimientos del Uruguay campesino, desde pequeños artículos como alfileres, espejos, peines, otros un poco mayores como fósforos, yerba, azúcar, jabón, otros de tienda como pañuelos, sombreros, medias, vestidos, y en compartimientos especiales del kaché, elementos frágiles de perfumería, cigarrería y mercería. La ganancia por producto era de un veinte por ciento, pero con el regateo del cliente bajaba a un quince e incluso al mínimo de cinco con tal de concretar la venta De esa manera los libaneses oficiaban de rudimentarios pero influyentes reguladores de mercado, pues obligaban a los comerciantes más poderosos a bajar sus precios en pulperías y almacenes de ramos generales. Su contabilidad se registraba a lápiz y usaban un sencillo método de conversión de moneda con símbolos, y cuando vendían a crédito las anotaciones las hacían en árabe. Protagonizaron mil y un episodios en la campaña uruguaya, aprendieron a tomar mate tanto es así que hoy en Líbano se toma la infusión y Uruguay y Argentina le vender yerba, producto de aquellos que un día volvieron a su patria con los hábitos del criollo uruguayo incorporados. Aprendieron a jugar a la taba, a los naipes, se integraron a las ruedas de asado, y superaban barreras del idioma con las risueñas confusiones de la “b” por la “p” entre otras. También en su recorrida por los campos orientales, supieron integrarse a la política en algunos casos y se sabe de libaneses que integraron el ejército revolucionario de Aparicio Saravia en 1904, y otros que fueron defensores de las huestes oficialistas de don José Batlle y Ordóñez. Alguien pintó al libanés de aquellos tiempos en la campaña uruguaya, como tierno, sencillo, cariñoso, humilde, noble de sentimientos pero hábil, astuto, inteligente para los negocios, y sin perder su postura, con humor, sabía salir de las situaciones más difíciles e inesperadas. Finalizamos con una pintoresca anécdota de los libaneses del Uruguay rural que reproduce el Dr. Seluja en su libro. Como todos los “baisanos” Alejandro era familiar y estimado personaje en los montaraces pagos de la barra del Olimar y el Cebollatí, en los tiempos del noble matrero Martín Aquino. En medio de esos montes, un atardecer se encontró sentado en su cajón de ventas ambulantes sin saber donde estaba. De pronto, entre unos mataojos, emergió allí, la figura de un individuo cetrino montado en un flete bailarín y le dijo reconociéndolo: – ¡Don Alejandro ! – ¿Conoce mi ? dijo nuestro paisano, –Claro, cuénteme, en que puedo servirlo ? – Estoy bardido señor, guiero cruzar Cebollatí antes me degüelle Martín Aquino. – Sígame, dijo el recién llegado. Y tras cruzar la picada le dijo – Vaya tranquilo don Alejandro. – Gracias, miles gracias, sañur…Lijandro Catiche, libanés. Bueno…¿ buedo saber tu nombre ? –Claro, Martín Aquino. – ¿Martín Aquino?! ¡Tonce Lijandro morto !! – Nooo, “Lijandro” amigo… y entre risas, apurando su tordillo se perdió monte adentro.